Traducción al español del texto "Olhar obtuso"

 

 

   
 

Obtusa mirada

Por: Carolina Matos


Vivimos en medio a un tsunami de imágenes, un universo en expansión constante e incontrolada. Los nuevos dispositivos de captura, en especial las cámaras digitales, generan una abundante y excesiva oferta. Hace apenas dos décadas no se habrían podido imaginar las posibilidades fotográficas de las que ahora dispone el usuario. La rápida evolución del medio digital propone una nueva forma de construir mensajes visuales, lo que puede haber cambiado radicalmente la forma de entenderlos.
La fotografía nació como consecuencia de una cultura visual a la que también contribuyó a fortalecer e imponer y nunca ha sido tan accesible ni omnipresente. Está compuesta por la combinación entre su desarrollo tecnológico y su empleo, y se define por el equilibrio de esta relación. El proceso se desarrolla en el tiempo y se encuentra en un estado de constante revisión. Tras la euforia del ultimo cuarto del siglo XX, era de la intensificación y adicción a la imagen fotográfica, es hora de averiguar si aparte del cambio tecnológico en el producto que se sigue llamando fotográfico, su función social también ha cambiado.
La velocidad y globalidad de la producción y propagación de imágenes digitales motivan discusiones sobre una posible muerte de la fotografía, o por lo menos de su concepto estándar construido en el último siglo. Pero es posible que, a pesar de indudablemente causar la liberación del derecho a la imagen, haya generado también cambios de conducta social y de orden psicológico respecto a la percepción visual del hombre contemporáneo.
En retrospectiva, la explosión de oferta se remonta a los inicios de la era metropolitana, cuando hubo un incremento en los diferentes procedimientos de creación y vías de transmisión del universo visual. La fotografía surgió cuando la manufactura iba cediendo lugar paulatinamente a la empresa industrial y en esos días, el surgimiento de diferentes clases sociales, hasta entonces inexistentes, provocó la necesidad de producir todo en grandes cantidades. El aparato fotográfico oportunamente se ajustaba a la demanda.
Históricamente, la cristalización repentina de una nueva tecnología es causa del antagonismo entre la creencia en el progreso y la sospecha y la aprehensión. Con el surgimiento de la imagen fotográfica no fue diferente. Por un lado era equivalente a una prueba innegable de un hecho, el soporte de una evidencia. Por otro, levantaba dudas sobre su relación con lo real. "Una  simple  réplica  de  la  realidad  nos  dice  sobre  la  realidad  menos  que  nunca". Si estuviera vivo Bertold Brecht, se daría cuenta de la actualidad de su veredicto.
La tecnología digital elimina de algún modo la capacidad de una fotografía de generar representaciones exactas y verídicas de la realidad. En nuestros días, no sólo especialistas, sino también el público en general ha descubierto la inevitable manipulación que opera en el proceso de toda imagen fotográfica. El empleo de softwares de tratamiento de imágenes, como el Adobe Photoshop, con su enorme facilidad de utilización, sustituye la técnica del aerógrafo y del fotomontaje y su asimilación entre un público inexperto acaba con el mito de la objetividad fotográfica. Más que nunca la percepción de la realidad depende del instrumento que utilice para percibirla y en medio a datos numéricos intangibles el concepto de inocencia de la cámara puede haber cambiado radicalmente su esencia. La verdad se ha convertido en una analogía y cada vez más los fotógrafos regresan con diferentes versiones de realidad.
Al comparar la era actual con la época de la invención de la fotografía, cuando las imágenes eran limitadas en número, circunscritas en un significado y contempladas con detenimiento, podemos concluir que hoy en día más a menudo que contemplar, las consumimos. Estamos inundados de imágenes, lo que supone una mayor consciencia informativa de la realidad global, pero también puede ocasionar impresiones visuales carentes de significado. Entre la velocidad de Internet, los teléfonos móviles, y los dispositivos electrónicos portátiles, el análisis de la realidad objetiva sufre el caos de la excesiva oferta de imágenes. El teórico francés Paul Virilio habla de la mecanización de la percepción. El ordenador asiste la percepción e Internet genera la voluntad de verlo todo, de saberlo todo, en cada instante, en cada lugar. Pero el razonar sobre lo visto ya es otra historia.
Resulta que el verlo todo es también la gran exigencia del mundo actual, pero frente al abuso visual y volumen de transmisión el cerebro puede haber sido privado de una de sus actividades más lúdicas: la imaginación. Italo Calvino, en sus Seis propuestas para el próximo milenio, habla sobre la proyección interna de imágenes como parte del proceso de interpretación y expresión. Estas imágenes personales son apoyadas en reflejos interiores de la tradición oral. Forman un campo de analogías, que al ser organizado genera un sentido crítico en la consciencia. La fuerza de los medios digitales está enfrentando una capacidad humana conocida desde el eidos de Platón: el pensar con imágenes, lo que no puede ser percibido con los ojos, lo que conocemos porque tenemos la idea en nuestra mente, no por la realidad del objeto.
Paradójicamente, hoy en día un soporte físico ya no es imprescindible para que la imagen exista. Pero lejos de la imaginación, los requerimientos del mundo actual son complacidos por la imagen electrónica con la inmediatez del cambio de información y la globalidad, donde distancias geográficas colapsan en tiempo real por la world wide web.
En cambio al discurso lineal obtenido por la fotografía analógica, el discurso democrático de la imagen digital en Internet es constituido por una infinidad de caminos posibles, a través de links que llevan a lejanos y desconocidos destinos. Una versión electrónica de la Biblioteca de Babel de Jorge Luis Borges: todos los libros posibles, arbitrariamente ordenados, pero sin orden preestablecido. En este entorno, se considera como fotografía imágenes generadas a través de todo tipo de cámaras: satélites y misiles, cámaras de vigilancia y webcams, escáneres y teléfonos móviles. El ordenador uniformiza la especificidad de cada medio, generando una crisis en la función de registro.

Como suele suceder en los medios de representación visual, la crisis es un síntoma de renovación. Yo soy víctima de la lucha entre la adhesión a la tecnología y la convención analógica. Tal vez por miedo a perder la capacidad de imaginar visiones aún no encontradas en Google, o por miedo a sucumbir en la rapidez vertiginosa del fotografiar-mirar-borrar. La imagen digital genera el completo control del resultado, al contrario de la imprevista e intuitiva imagen analógica que tanto me emociona. Pero soy también consciente que las escenas de la identidad están ahora indisolublemente ligadas a las nuevas tecnologías de la imagen. La cantidad de oferta que se consume todos los días puede permitir que las fotografías realicen funciones sin precedentes y aún poco conocidas.
El principal cambio en la percepción visual es, sin duda, la facilidad de un diálogo abierto en que el espectador participa y comparte la dinámica creativa. Queda el análisis sobre los efectos reales e inmediatos en la asimilación del actual flujo de informaciones visuales. El hombre contemporáneo es un pasajero metropolitano y la velocidad con que pasa por el mundo determina no solo la mirada, sino también cómo las cosas se presentan delante de él. Nuestra identidad está construida por una industria cultural digital, que entrega la mirada como producto final, no como el principio de una interpretación. Para dar la vuelta a la tortilla, debemos ejercitar la mirada del extranjero, que recién llegado a un lugar rescata el significado primario de las cosas, empieza de cero.

 

 

 

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